¿Recortes o tijeretazos?

La plaza de la Prosperidad queda a la vuelta de mi casa. Cada año, por estas fechas, allí se celebra la Semana del Comercio y la Moda de Chamartín.
   El año pasado no cabía un alfiler. La gente comía, bebía, cotilleaba... Los locales ofrecían de todo: comida gallega, quesos extremeños, sobaos, salchichones, ropa, manteles antimanchas, artículos para el hogar y hasta un test médico gratuito. Hubo degustaciones de paella. Y en el centro de la plaza, acaparando toda la atención, montaron una pasarela por la que desfilaron un par de rubias con las carnes bien puestas. Los jubilados se peleaban por las sillas.
   Pero este año parecía otra plaza. Nada que ver con la de Prosperidad.
   —Por qué lo dice. ¿No había locales?
   —Sí, pero la mitad de los del año pasado. Además, parecían tiendas de campaña.
   —¿Y degustaciones?
   —Nada. Sólo dieron vasos de zumo Don Simón.
   —¿Y las modelos?
   —Flaquísimas, y apenas tres. La que salía primero tenía que dar varias vueltas sobre la pasarela para que a las otras les diera tiempo de cambiarse de ropa.
   —¿Y los animadores?
   —Pésimos. Dos tías con voz chillona y un tonto vestido de Supermán que se burlaba de la gente.
   El penúltimo día vino uno de los organizadores de la Junta Municipal. Agradeció a los comerciantes por el «esfuerzo» que estaban haciendo. Y confesó, enseguida, que el evento había estado a punto de cancelarse por falta de recursos. La poca gente que lo escuchó no sabía si llorar o aplaudir.
   Luego, mientras las flacuchentas desfilaban, la animadora le dio el micrófono a un supuesto nutricionista. Hablaba de lo que hablan todos los nutricionistas: cómo bajar de peso sin poner en riesgo la salud. De pronto soltó una frase que, bien mirada, parecía el pensamiento unánime de los que estábamos allí. Y también de los que no.
   —La cuestión —dijo— no es hacer dieta, sino saber hacerla. Hay que renunciar a ciertos alimentos, pero sin olvidarnos de nuestra salud. De lo contrario, no servirá de nada.