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3 de octubre de 2011

Regalo de cumpleaños


Cumplo años tres veces al año. Dos son simbólicas; la otra, la de mi nacimiento. El jueves pasado celebré una de las simbólicas: tres años de haber llegado a España.
   Puede que tres años no sean mucho. De hecho, si me pongo cuantitativo, sólo representan la novena parte de mi vida. Sin embargo, psicólogos y pedagogos creen que es la edad más importante en la formación de los niños. Y también lo es para los que hemos elegido el exilio voluntario: pasado este tiempo, termina el viaje iniciático y la vida vuelve a encaminarse, aunque nunca por los mismos derroteros.
   Se me ocurrió, entonces, que tenía que hacerme un regalo. Pero no sabía cuál. Mientras lo pensaba, retomé la lectura de "Vida perdida" (Seix Barral, 1999), la primera parte de las memorias de Ernesto Cardenal. De pronto, me detuve en una de sus páginas con la sensación de haber encontrado lo que buscaba.
«Una vez un peregrino llegó desde muy lejos atraído por la fama de un ermitaño muy sabio que vivía en la cumbre de una montaña. Escaló con mucha dificultad la montaña y encontró a un viejo cortando leña, y le dijo que quería ver al ermitaño sabio (...) El viejo le dijo que allí no había nadie más que él (...) Y siguió cortando leña. Regresó decepcionado, y abajo lo estaban esperando algunos que querían saber de su entrevista con el ermitaño. Él les dijo que allí no había ningún ermitaño, sólo un viejo cortando leña. Le preguntaron cómo era, y él se los describió, y le dijeron que ése era él.».
   Lo leí varias veces. Fue un buen regalo para celebrar estos tres años.

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