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18 de marzo de 2012

La botella de Katia




Madrid no tiene playa, pero eso no quiere decir que hasta aquí no lleguen botellas de mar. Hace un par de días salí a caminar y encontré una. La cogí sin pensarlo. Lentamente, quité la tapa que la cubría y saqué el mensaje que había dentro. Era una hoja de cuaderno enrollada al estilo de los viejos papiros. La letra era delgada y esbelta, y ponía:

Nombre: Katia Elizabeth García.
Edad: 7 años.
Ciudad: Santiago Nonualco.
País: El Salvador.
Cuando sea grande quiero ser: Secretaria.
 
    Las botellas de mar son el último recurso de supervivencia del náufrago. Una mañana, tras echar mano a todos sus arrestos, escribe un mensaje y lo pone dentro. Pero lo que se va con las olas no es la botella: es el deseo de un nuevo rumbo.
    Quizá nunca conozca a Katia. Quizá nunca visite su pequeño pueblo de 40.000 habitantes, bañado por los ríos Jiboa y Lempa y ubicado a 48 kilómetros de la capital, San Salvador. Es más, quizá mi ayuda (www.1botella1mensaje.org) sea poquísima para contribuir a su sueño de ser secretaria y poder acceder a otra vida.
    O quizá no del todo. Katia puede estar más cerca de lo que pienso. Y vivir en Madrid. Katia es los dos niños a los que tres veces por semana enseño castellano. Katia es la hija de los chinos de la esquina que me pide ayuda a la hora de distinguir la «b» de la «d». Katia es mi trabajo en una revista de inmigración. Katia es asistir, conmovido, a una cena en la que festejamos el regreso a la libertad de un hombre que ha estado secuestrado doce años en las selvas colombianas.
    Todo eso cabe en la botella de Katia.

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