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13 de julio de 2012

El presidente que prohibió hablar mal de sus trajes




Érase una vez un presidente vanidoso que gobernaba un pequeño país sudamericano. El pequeño país estaba ubicado en el centro del mundo y por eso Rafael, que así se llamaba el vanidoso, creía ser además el centro del centro.
Tenía una debilidad el Presidente: un gusto excesivo por los viejos trajes socialistas. Eran trajes de segunda mano que mandaba traer desde La Habana, Caracas o Teherán.
Todas las mañanas salía del Palacio de Gobierno y recorría las provincias del pequeño país. El ritual era siempre el mismo: se exhibía ante las multitudes y todos, al unísono, debían alabar sus trasnochados atuendos.
Pero un día, tras subir a la tarima enfundado en un traje especialmente añejo y desgastado, se dio cuenta de que alguien criticaba la escasa variedad de su armario. Semanas más tarde, el comentario se convirtió en tema nacional.
A punto de rasgarse las vestiduras, mandó llamar al mejor sastre del país y le ordenó que fuera de pueblo en pueblo, de provincia en provincia, cosiéndole la boca a todos los que habían criticado sus anticuados diseños.
Y así sucedió. Aguja e hilo en mano, el sastre cosió centenares de bocas.
Por si las dudas, a la mañana siguiente salió al balcón presidencial y dictó, a grito entero, una nueva ley que prohibía los malos comentarios sobre sus viejos trajes socialistas. Desde entonces sólo oyó alabanzas, elogios, adulaciones.

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