_ ¿Qué lo llevó a colarse en el Vaticano?
Miré el reglamento de la Iglesia y me di cuenta de que para ser Papa sólo hay que cumplir dos requisitos: estar bautizado y tener más de 18 años. Entonces me pareció oportuno presentarme allí y postularme. Soy un hombre de mucha fe. Le aseguro que si no me hubiesen descubierto, otro gallo cantaría en este asunto.
_ Aun así, usted pudo hablar con varios cardenales. ¿Cuál era el ambiente?
Tranquilo, de serenidad absoluta. Unos hablaban de niños, adolescentes y jovencitos. Otros de citas en saunas a las afueras de Roma. O sea, temas habituales en el Vaticano.
_ ¿Alcanzó a ver al Espíritu Santo?
No, no. Al parecer la palomita estaba dentro de la sala, pero Dios no quiso que yo llegara hasta allí. Me descubrieron unos minutos antes de entrar a la deliberación.
_ ¿Y al Padre o al Hijo?
Tampoco. Tenga en cuenta que el Padre vive cómodamente en las nubes y por eso manda al Espíritu Santo a que divulgue la noticia. En cuanto al Hijo, esas cosas nunca le han interesado. Cuando lo crucificaron, faltaba mucho para que a alguien se le metiera en la cabeza eso de creerse Papa. Es más, él jamás habría imaginado algo parecido.
_ El Vaticano asegura que usted es un impostor profesional. ¿Es eso cierto?
De ninguna manera. Es verdad que llevaba unas zapatillas deportivas y una bufanda al cinto en lugar de la faja episcopal, pero le juro por Dios que soy más auténtico que cualquiera de los cardenales del cónclave. La única diferencia es que ellos sí van vestidos con el atuendo oficial.
_ De no haber sido expulsado, ¿por quién habría votado?
Por Beppe Grillo, como miles de italianos en las pasadas elecciones. Ninguno de los cardenales favoritos colma mis expectativas. Soy un falso cardenal, y un antisistema.
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