21 de marzo de 2013
Cuba blanca, Cuba negra
Al principio el público es una mancha gris que espera, más o menos ansioso, la intervención de las Damas de Blanco en Madrid. Es la primera vez que Berta Soler, líder de la asociación en La Habana, acude a un acto público fuera de Cuba y con pasaporte en propiedad.
—No estoy aquí por la buena voluntad de Raúl Castro —dice—. Estoy aquí gracias a la presión internacional.
Soler recibe los premios que han estado esperándole desde hace casi ocho años. Luego, tras un testimonio que por momentos roza el histrionismo, alza las manos y grita:
—¡Cuba sí, Castro no!
Entonces el público deja de ser una mancha gris: los de Blanco —partidarios de las Damas— van brotando poco a poco, se levantan de sus sillas, aplauden rabiosamente y se unen al coro.
El discurso de una ex presidenta madrileña causa revuelo, especialmente entre los asistentes de la última fila. Reclaman un espacio para las preguntas. La mesa del evento se niega.
—¡Viva Fidel, viva la Revolución! —grita uno.
Entonces el público deja de ser una mancha gris con puntos blancos: los de Negro —partidarios de la Dictadura— van brotando poco a poco, se levantan de sus sillas, aplauden rabiosamente y se unen al coro. Algunos, creyéndose protagonistas de una toma armada, llevan el rostro cubierto.
Los de Blanco vuelven a la carga: «¡Democracia! ¡Libertad!».
Los de Negro replican al instante: «¡Neoliberalistas! ¡Yankees! ¡Imperialistas!».
Los de Blanco no ceden ni una pizca: «¡Viva el embargo económico!».
Los de Negro no se quedan atrás: «¡Viva Raúl, viva Chávez!».
El enfrentamiento dura unos minutos. La Policía interviene y los de Negro son expulsados de la sala. El acto acaba abruptamente.
Los de Gris, que son minoría entre el público, miran la escena con una mezcla de sorpresa e impotencia. Tienen el gesto de los que se han quedado en tierra de nadie.
Yo —que no soy cubano, pero que en caso de serlo habría sido de un gris más bien clarito— me marcho junto a otros periodistas mientras nos preguntamos cuándo habrá espacio para esa otra Cuba: la de los matices y el diálogo, la del consenso y la reconciliación. Una Cuba en la que democracia no sólo sea el derecho a gritar, vociferar o insultar. Una Cuba donde el «convencer» no se reduzca al «vencer» al otro.
Una Cuba, en últimas, que acoja toda la gama de grises.
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