10 de abril de 2013

La «traición» de Benzema




—Yo, si fuera francés, también estaría indignado con el tal Benzema. Imagínese, dizque negarse a cantar La Marsellesa en los partidos oficiales... ¡Hágame el favor!
   —Yo tampoco canto el himno de Colombia. Llevo ocho años sin cantarlo.
   —Ah, bueno, eso es porque usted no tiene remedio... Pero en el caso de Benzema, no sólo estamos hablando de una figura pública, sino también de un jugador de fútbol que es representante directo de su país. Y si alguien no muestra orgullo por los símbolos patrios de su país, difícilmente puede ser un buen representante.
   —Benzema sí lo es. La prueba está en que, aunque no cante, es una de las figuras de los «bleus». Es más, en varias ocasiones ha dejado claro que para él es un «sueño» vestir los colores de la Selección de Francia. Y que si no canta el himno antes de los partidos, es sólo porque no quiere.
   —Sí, pero se ve muy mal.
   —Que se vea mal, es una opinión suya. Lo cierto es que, en esencia, el asunto es más sencillo de lo que parece. Así como la mayoría de los franceses tiene todo el derecho a cantar La Marsellesa, Benzema también tiene todo el derecho a no cantarla. ¡Ni más faltaba!
   —Lo normal es cantar. La gente normal canta con orgullo el himno de su país.
   —Sí, pero no hacerlo tampoco es un delito. Y mucho menos, tal como afirman los señores del Frente Nacional (FN), un motivo de «traición» o cosa parecida. Se trata, simplemente, de una decisión. Y mientras no afecte a terceros y  se mantenga dentro de los márgenes del respeto, es tan válida como cualquier otra. Además, recuerde que la patria (o eso que algunos llaman Patria) es sobre todo una experiencia, y que cada cual lo vive a su manera.
   —La mejor manera es demostrar orgullo por los símbolos.
   —La mejor manera es el respeto y la tolerancia... Nacer en un país no significa firmar un contrato. Uno no está forzado a la «incondicionalidad nacional». Uno no está obligado a sentir orgullo ni a asistir a los desfiles ni a apoyar al equipo nacional de fútbol.
   —...
   —Es más, uno tiene todo el derecho a decir «no me gusta mi país» o «mi bandera no me inspira nada» pese a que el resto de compatriotas lo miren con desconfianza y los funcionarios consulares le nieguen el saludo. No somos locos ni apestados. Tampoco «desagradecidos» ni «resentidos» ni «apátridas». Somos, simplemente, patriotas que miran desde la otra orilla.

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