—Si usted estuviera en el lugar de Rita Maestre, los de la asociación Tomás Moro ya le habrían puesto un par de querellas por llamar «Viejo Barbudo» a Dios.
—Menos mal no lo hicieron. Habrían perdido.
—¿Cómo lo sabe?
—Les hubiese llevado el Santo Sudario como prueba máxima.
—El Sudario no es de Dios; es de Cristo.
—Da lo mismo. ¿Acaso no dicen que era su hijo? Si eso es cierto, algún parecido debe de tener con su papá. En el sudario se ve que tenía barba cuando lo crucificaron por revoltoso.
—A los del Tomás Moro no les interesa el asunto de la barba.
—¿Entonces?
—Habrían dicho que es una ofensa contra los sentimientos religiosos.
—Es una excusa. En el año 2012, sentaron en el banquillo al cantautor Javier Krahe por hacer un vídeo en el que cocinaba un Cristo en mantequilla. Y no pasó nada. La justicia no vio ningún indicio de que Krahe atentara contra los sentimientos religiosos.
—¿Y lo de Rita Maestre?
—Más de lo mismo. La acusan de haberse desnudado de la cintura para arriba en una capilla de la Complutense, hace cinco años, cuando protestaba pacíficamente junto a unas colegas por una cosa de sentido común: la separación entre Iglesia y Estado. En ese entonces era estudiante y no imaginaba que llegaría a ser portavoz del Ayuntamiento de Madrid.
—Parece más grave. La Fiscalía pide un año de prisión para ella.
—No tendría por qué ser tan grave. Lo de Rita fue una falta de respeto, un acto desafortunado y provocador, y que sin duda hirió la sensibilidad de los que creen en el Viejo Barbudo. Sin embargo, nunca tuvo que haber llegado a la justicia. Como mucho, debió recibir una sanción de la propia universidad. Y punto. La justicia está para dirimir diferencias importantes y no para servir de altavoz a los hipersensibles. Además, la propia Rita solicitó una audiencia con el arzobispo de Madrid, Carlos Osoro, y le pidió disculpas por lo sucedido. El señor Osoro, que no se parece al curita obtuso que estuvo antes que él, se mostró receptivo.
—¿Entonces cuál es el lío?
—¿Se acuerda de Charlie Hebdo? ¿Se acuerda de cuando estuvo de moda el «Je suis Charlie»?
—Claro, todo el mundo lo repetía. Era necesario.
—Pues fíjese: los mismos que en ese entonces defendían a gritos la libertad de expresión de un par de caricaturistas que se burlaron Mahoma, ahora se rasgan las vestiduras con el semidesnudo de Rita. O sea, que el «Je suis Charlie» vale cuando las críticas se dirigen a otros, pero no cuando hieren nuestra sensibilidad. Estamos hilando demasiado fino, y eso puede ser peligroso. Habrá que aprender a convivir y a tolerar, y tendremos que replantearnos este exceso de sensibilidad en el que estamos cayendo. Le aseguro que ni a Mahoma ni al Viejo Barbudo les interesa en lo más mínimo nuestros sentimientos religiosos.
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