25 de octubre de 2016

Carta del Che Guevara (si viviera) a los estudiantes de la Universidad Nacional



   Estudiantes:

   Desde aquí, un remoto paraje de Tierra del Fuego, el sitio más al sur de la Patagonia argentina —donde me retiré voluntariamente a ejercer la medicina tras desistir de la lucha armada en Bolivia y el resto de América Latina—, he seguido con curiosidad y sorpresa


el intenso debate que ha generado una imagen mía —bueno, en realidad es la mundialmente famosa foto de Alberto Korda— que da nombre a una de las plazas del campus de la Universidad Nacional de Bogotá, y que para muchos de ustedes sigue siendo un referente.
   Tengo casi 90 años, vivo completamente aislado y poco me importa lo que pase en el mundo, pero en este caso siento que debo pronunciarme en torno al debate que ahora se plantea: mantener la imagen en el mismo lugar o reemplazarla por otra más acorde con estos tiempos.
   Entiendo a quienes se niegan a retirar el mural de la plaza al considerarlo un símbolo de la memoria de los hermanos Alberto y Humberto Sanjuán, quienes por allá en los 80 —cuando ya no había rastro de mí y muchos me daban por muerto— pintaron la imagen en la llamada Plaza Santander, y que a partir de entonces se llamó Plaza del Che. Lo hicieron reivindicando el espíritu de rebeldía y la lucha estudiantil de aquellos años, tan convulsos en toda nuestra América Latina, algo que más adelante les costó la detención y la desaparición a manos de las fuerzas del Estado. Me parece una reividicación más que justa, y es sin duda lo más importante alrededor de esta polémica. Es más, los invito a que sigan insistiendo hasta saber qué pasó realmente con ellos y con todos los que sufrieron un trato parecido.
   Pero, a la vez, debo decirles algo: esta imagen no es la más adecuada para rendirle tributo a su militancia y su compromiso estudiantil. ¿Cuántos de ustedes sabían, antes de que comenzara este debate, que fue pintada por Alberto y Humberto? Aunque hayan sido sus autores, es una imagen que no les recuerda como se merecen; me recuerda a mí —o a ese que alguna vez fui— y al propio Korda, pero no a ellos dos. Si se trata de enaltecer su memoria, hay que hacerlo de forma que se recuerden sus nombres y sus actos, y este no es el caso.
   Además, les propongo que aprovechen esta oportunidad para repensar lo que ahora significa ser estudiante y, sobre todo, para decidir cuáles deben ser sus referentes. Yo fui mucho menos de lo que se me atribuye. Si la imagen de Korda aún sigue vigente, no es tanto por mis actos sino porque la Revolución Cubana, y en concreto Fidel, se encargó de construir un mito que acabó por grabarse en la memoria de medio continente. Es más, en muchas cosas actué contrariando los principios humanistas con los que nos lanzamos a la aventura revolucionaria en Cuba. Fui rebelde, sí, pero también fui dogmático, intransigente, sectario y usé la violencia para imponer mi visión del mundo sobre los demás. Mi pensamiento crítico, aquello por lo que ustedes me recuerdan, acababa en el momento en que tenía delante a alguien que defendía ideas distintas. La lucha armada nos cegó hasta el punto de creer, con una fe casi religiosa, que era la única vía posible de alcanzar la justicia social, nos llevó a autodenominarnos como los únicos poseedores de la verdad. ¡Qué equivocados estábamos!
   Sé que para muchos estudiantes de los años 70 y 80 —incluidos Alberto y Humberto— yo fui uno de sus modelos a seguir. Puedo entenderlo, pues aquel era un mundo de luchas y reivindicaciones. Pero ese mundo ya no existe; el presente de ustedes es otro. La prueba está en que muchos de sus compañeros reclaman otros símbolos, otros lenguajes, otras imágenes para ocupar el mural de aquella plaza. Las reivindicaciones tienen que continuar, pero de otro modo: en el marco de unos principios y derechos fundamentales. Miren hacia adelante. Si algo debe caracterizar a los estudiantes de este nuevo siglo es la construcción de una democracia más amplia, justa e incluyente. Ese debe ser el camino, no otro.
   Por tanto, la tarea de ustedes consiste en buscar referentes de su época y su generación, nombres (como Jaime Garzón) que hayan dejado huella no solo entre la comunidad estudiantil sino, sobre todo, en la construcción de una sociedad mejor. Colombia, ese país maravilloso que ha salido adelante a pesar de sí mismo y que ahora ajusta los detalles para alcanzar la paz con las guerrillas tras medio siglo de lucha infructuosa —qué error tan grande fue haber tomado las armas—, está lleno de personas que cumplen estas dos condiciones. Ya es hora de reconocer otros liderazgos, otros esfuerzos más acordes con este presente, y ustedes pueden ser los primeros en abrir esta senda. Empiecen mañana mismo: busquen una nueva imagen para aquel mural y, de paso, rebauticen la plaza como la Plaza de la Paz.
   En cuanto a mí, recuérdenme como uno más y no como más de lo que fui.
   Esta vez no diré «¡Patria o muerte!». Solo diré «El presente es de ustedes: ¡asúmanlo!».
   Con afecto,

   Ernesto Guevara (antes llamado el Che).


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