14 de febrero de 2016

Palmira




Ahmad Hariri: ese es mi nombre. El nombre con el que vine al mundo. Todos los días lo repito al levantarme. Ahmad Hariri. No ha pasado un solo día desde que llegué a este campo de refugiados de Za'atari, en el norte de Jordania, sin que lo repita. No quiero perderlo. No quiero que sus once letras, frágiles y exiguas, se desmoronen con la erosión de esta espera...esta travesía en la que tantos nombres se han disuelto en el mar o en la arena. Nombres que ahora nada nombran. Por eso repito: Ahmad Hariri. Otra palabra que repito es Palmira, la ciudad en la que nací. La repito con la misma intensidad precaria con la que repito día a día mi nombre. Palmira. Un día la repetí tanto que me invadió un deseo incontrolable; mis manos me temblaban. Salí corriendo hasta los confines de Za'atari y recogí piedras, muchas piedras, y al regresar al campamento me dejé llevar por lo que salía de aquellas manos febriles y agitadas, unas manos que ya no parecían mías. Pero eran mis manos. Eran las manos de Ahmad Hariri, antiguo escultor sirio que un día llegó al campo de Za'atari huyendo de la guerra. Y ese impulso me duró días, semanas, meses enteros. Y fue así como reconstruí a Palmira.

1 comentario:

La Gata Sufragista dijo...

Desconocía esta historia tan bonita.