28 de marzo de 2016

¡Llegaron!



—¡Ese viejo deslenguado y rabioso me tiene harto! Si de mí dependiera, ahora mismo le quitaba el pasaporte y le prohibía la entrada a Colombia.
   —¡Cuidado! En este blog está prohibido hablar mal del maestro Fernando Vallejo.
   —¿Y esta vez qué? ¿Otro librito con la cantaleta de siempre?
   —Los temas del maestro son los mismos, pero sus libros nunca son iguales.



   —¿Ah, no? ¿Y cuál es la ocurrencia de turno?
   —Si en los Días azules (1985) el tema era su infancia, en Llegaron (2015) nos lleva al epicentro de esos días, a lo más parecido a su paraíso perdido: la finca Santa Anita.
   —¿Santa Anita? ¿Dónde está eso?
   —A ocho kilómetros de Medellín, entre Envigado y Sabaneta.
   —No me suena de nada.
   —Obvio: ya no existe. Se la llevó por delante una montaña rabiosa.
   —¿Y qué tiene de especial la dichosa finca?
   —Muchísimo. En todas sus novelas, el maestro Vallejo vuelve una y otra vez a su infancia. Es un tema que le obsesiona. O como él mismo dice: «No puedo dejar de escribir sobre ella porque me desintegro; es lo único que tengo». Sin embargo, nunca antes nos había mostrado con tanto detalle lo que pasaba en esa finca, que era propiedad de sus abuelos maternos. En eso consiste Llegaron: en el recuento nostálgico, y al mismo tiempo burlón, de los estragos que él y su tropa de veinte hermanos causaban cada vez que iban allí de vacaciones.
   —¿Y qué era lo que hacían los muchachitos?
   —Pues poner patasarriba todo lo que encontraban: robarle la caja de dientes al abuelo, sacar a escondidas el Hudson del garaje, fabricar pedos químicos, agobiar a la abuela y a la tía Elenita con sus impertinencias, escuchar la historias del tío Ovidio, cortarle las ramas a las palmeras de la entrada, limpiarse el culo con la revista de hípica, burlarse de los pobres de las casas vecinas y salir a medianoche a espantar fantasmas... Eso, entre otras cositas.
   —¡Qué joyitas! ¿Y para él eso era el paraíso?
   —¡Claro! ¿Qué otra cosa podía ser?
   —Pues si todos los muchachitos eran como su venerado maestro, ¡eso más bien era el infierno! Además, no creo que el librito hable sólo de eso... ¿O sí?
   —No, también ajusta cuentas con unos cuantos bellacos.
   —¡Lo sabía! ¿Con quién se metió esta vez?
   —Con los de siempre: Dios, su hijito Cristo, el papa Bergoglio, el expapa Ratzinger, La Iglesia Católica, Colombia, el presidente Santos, las FARC, el poeta Octavio Paz... Ah, y como novedad, ha vaticinado que el descerebrado de Putin nos llevará a la III Guerra Mundial.
   —¿Se fija? ¡En el fondo es la misma retahíla de insultos!
   —No del todo. Estas cosas son accesorias; lo importante es otro asunto.
   —¿Qué asunto? Yo no veo la literatura por ningún lado.
   —Con Llegaron, el maestro Vallejo confirma su talento para decir siempre lo mismo ofreciendo algo distinto cada vez. ¡Y con una voz inconfundible, única, que no se parece a nada! Además, en el fondo Santa Anita es sólo una excusa: refundada tres veces hasta su desaparición definitiva, cuando se le vino encima la montaña, nos recuerda que todo pasa, que somos menos que polvo, y que ni siquiera los paraísos perdidos se salvarán del desastre supremo.

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