7 de marzo de 2016

TPSA



—¿Y ahora por qué está tan rabioso? ¿Otra vez le entraron ganas de echar pestes de Colombia?
   —Ya no hablo mal de Colombia. Eso es pasado.
   —¿Ah, sí? ¿Por fin se regeneró?
   —No, qué va. La maldad de Colombia es tan grande, que se me acabaron los insultos.



   —Pues invente otros.
   —Las palabras no nacen así como así. Ese cuento es de los que se tomaron demasiado en serio a Saussure y su arbitrariedad lingüística. Creen que las palabras salen como churros, sin importar de dónde provengan. Y se pasan la vida inventando términos, especialmente con siglas. ¡Menuda plaga! Lástima que la RAE no tenga facultades para aplicarles cadena perpetua.
   —Y si no es eso, ¿entonces qué le pasa?
   —Que me tiene harto el TPSA.
   —¿El TPSA? ¿Qué es eso?
   —Trastorno Posmoderno de Siglitis Aguda... O sea, esa bendita manía, copiada de las lenguas anglosajonas, de expresar con siglas todas las palabras que se le cruzan a uno en el camino. ¿No lo había escuchado? Es una de las enfermedades del castellano en el siglo XXI.
   —Cálmese, no es el fin del mundo.
   —¡Es el fin del castellano!
   —Qué exagerado. Las siglas son recursos, no veo por qué les tiene manía. Usted mismo, hace un momento, dijo «RAE» para referirse a la Real Academia Española.
   —¡Claro! Una cosa es el uso de siglas cuando resulta oportuno, por ejemplo al hablar del FBI, la OTAN, la ONU, ACNUR y otras instituciones, organismos, entidades, empresas y demás. Nadie sensato discute eso. El problema empieza cuando, bien sea por holgazanería o tacañería, se inventan siglas para nombres que no lo ameritan. Por ejemplo, el dichoso «JMS» para referirse a Juan Manuel Santos, el «ZP» para Rodríguez Zapatero o el «GGM» cuando se trata de Gabriel García Márquez. ¿Por qué carajo lo hacen? ¿Es que tienen el arroz en el fogón y deben ir a apagarlo? ¿O es que les entraron ganas de ir al baño mientras escribían? ¡Perezosos, haraganes, gandules! ¿Tanto les cuesta poner los nombres completos?
   —Bah, no es para tanto...
   —El colmo de los colmos es un sinvergüenza que en México se hace llamar dizque «AMLO». Es decir, un sinvergüenza al que los medios de comunicación, doblemente sinvergüenzas, llaman «AMLO» porque son las iniciales de su nombre: Andrés Manuel López Obrador. ¿Qué le parece la ocurrencia? No podían decirle «López» o «López Obrador». ¡Tenía que ser «AMLO»! Y ahora todo el mundo lo conoce así. De hecho, en la prensa mexicana ya es normal ver titulares como éste: «EPN apuntala a AMLO». ¿Será que se les va a acabar la tinta con la que imprimen los periódicos? ¡Cicateros, peseteros, rácanos...! Ah, por cierto, una aclaración: «EPN» es el adefesio con el que ahora se refieren al presidente Enrique Peña Nieto. ¡Mezquinos!
   —No veo nada de malo en eso. Cada vez es más común.
   —Es cierto: el TPSA se ha convetido en una pandemia entre los hispanohablantes.
   —Lo del TPSA es un invento suyo.
   —Vamos a llegar a un punto en el que se crearán pequeñas lenguas dentro de la lengua. Nadie podrá comprender nada, ni siquiera el mismísimo AMLO.
   —Nuestro mundo va deprisa. Todo lo que sea brevedad, bienvenido.
   —¿Incluso la estupidez de AMLO?
   —Prefiero leer un título con «AMLO» a otro que diga el nombre completo.
   —Yo prefiero que se haga un buen uso de las siglas. Sólo eso; no pido más. La perversión es de tal grado, que hasta el propio FDS se estaría rasgando las vestiduras.
   —¿Quién es FDS?
   —Ferdinand de Saussure, el lingüista suizo que decía que no existía ninguna relación entre las palabras y aquello que designaban. Pues eso: ¡ni siquiera FDS entendería lo de AMLO!

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