16 de octubre de 2016

Adéu, Colom



—A mí no me gustaría ver Las Ramblas de Barcelona sin el monumento a Colón. ¿Y a usted?
   —¿Colón? ¿El precursor del exterminio indígena en América?
   —El precursor de la América que ahora somos.
   —¡Ay, qué frase más bonita! ¡Me ha roto el corazón!


   —Le preguntaba por lo del monumento...
   —Pues no me parece una mala idea. Es más, si fuese catalán, apoyaría a los compañeros de la CUP y su propuesta de quitar de allí a semejante asesino. ¿O es que usted, viniendo del otro lado del charco, es de los que celebra el genocidio? ¿De qué lado está?
   —Quitar el monumento me parece excesivo. Por fortuna, la propuesta no cuajó.
   —¿Le parece «excesivo» dejar de enaltecer el esclavismo y el colonialismo y todo lo que pasó en nuestros países desde que ese bellaco puso las patas en Santo Domingo?
   —No, claro que no, pero eso es otra cosa.
   —¿Cómo así que otra cosa?
   —Si quitáramos el monumento de Las Ramblas, también deberíamos desmontar los otros 500 obeliscos, esculturas, retratos, pinturas y demás obras sobre Colón que hay regadas por el mundo entero, desde los Estados Unidos hasta Japón y desde Suecia hasta Argentina. Es más, si cumpliéramos esto a rajatabla, Colombia dejaría de llamarse Colombia, Panamá tendría que rebautizar la ciudad de Colón que está a orillas del Atlántico y en Costa Rica se verían obligados a acuñar una nueva moneda para reemplazar la actual, el colón. Eso entre otras cositas.
   —No sea exagerado. Yo sólo le hablaba del monumento.
   —No exagero: aplico la lógica de la CUP.
   —¿De qué lógica habla?
   —Reescribir la Historia con los ojos furiosos del presente.
   —Ah, claro. Usted los odia porque son un partido anticapitalista y antisistema, ¿cierto?
   —Sólo advierto del peligro de revisar nuestra historia bajo esa lupa. Y mejor no sigo, porque si tiro para atrás acabamos eliminando el legado de los reinos bárbaros, los romanos, los griegos, los persas, los fenicios, los egipcios, los asirios y todos los pueblos que han ejercido su dominio en el mundo a través del imperialismo y la violencia. ¡No quedaría nada en pie!
   —El monumento enaltece el exterminio indígena en América.
   —No, el Colón de Barcelona recuerda un hecho histórico: la llegada de los españoles a América.
   —¡Fue un genocidio, un exterminio, una carnicería!
   —Tiene razón, sí... Pero la Conquista también abrió paso a nuestras naciones. América Latina también es España. Hemos heredado su lengua, sus costumbres, su religión y hasta su forma de ser y de entender el mundo. Eso somos: mitad indígenas, mitad españoles.
   —España tiene una gran deuda con nuestros pueblos nativos.
   —España ya no es la misma de hace 524 años. Pase la página, estamos en el siglo XXI.
   —Me gustaría que le dijera eso a los indígenas.
   —Ya lo hice una vez. No tengo ningún problema en repetirlo.
   —¿Y sus reivindicaciones? ¿Las ignoramos?
   —No, claro que no. Los nativos deben recuperar el lugar que les corresponde.
   —Desmontar las estatuas de Colón podría ser un primer paso.
   —La reivindicación indígena no tiene nada que ver con quitar monumentos. Es otra cosa: dar voz a quienes han estado excluidos durante cinco siglos, abrir nuevos espacios de participación y diálogo, elaborar nuevos relatos, hablar desde nuevas perspectivas...
   —Y también podríamos eliminar la fiesta del 12 de octubre.
   —Eso sería otro despropósito.
   —¿Ah, sí? Entonces, según usted, ¿debemos celebrar cada año semejante matazón?
   —El 12 de octubre no debe ser una celebración con desfiles militares y banderas, pero tampoco una excusa para echarle en cara a España lo que pasó en 1492. Ni lo uno ni lo otro. Más bien, debe servir para conmemorar lo que en el fondo supuso: el encuentro de dos mundos, la mezcla de culturas y de razas de la cual somos herederos. Nada que celebrar, pero a la vez nada que reprochar. Es decir, aceptar que estamos hechos tanto del barro del Dios cristiano como del maíz de los dioses mayas. Somos barro y maíz al mismo tiempo. Lo demás es griterío.

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