8 de enero de 2018

Final del viaje



—¡Dichosos los ojos que lo ven! Casi año y medio pensando que se lo había tragado la tierra y de pronto aparece como si nada. Muy bonito, ¿no?
   —Necesitaba una pausa. Ser colombiano no es fácil.
   —¿Y dónde estaba? No me diga que le dieron un cargo en el Consulado de Colombia en Madrid.
   —¡Qué va! La cónsul me puso en la lista negra por lo que escribí la última vez.
   —¿Entonces? ¿Se fue al fin del mundo y se devolvió?
   —Más o menos. Pasé una larga temporada en el monasterio budista de Thien Mu, en Vietnam, en la ladera del Río Perfume. Allí, junto a los monjes mahayana que me acogieron como su alumno, logré digerir el resultado del plebiscito de 2016 y recuperar la paz que Colombia, la loca, me robó. Ahora ya soy otro, se lo aseguro. Todo está sanado.
   —¿O sea que desde entonces no lee noticias? ¿No sabe lo que pasó después?
   —No me interesa.
   —Han pasado muchas cosas. El Proceso de Paz...
   —No importa, de verdad. Colombia ya no tiene arreglo: los colombianos son la enfermedad.
   —Yo no veo que usted haya cambiado ni pizca. Es el mismo discursito de antes...
   —Todo lo contrario. Saber que Colombia no tiene arreglo pase lo que pase ya es una liberación, un respiro, es como quitarse un peso de encima. Basta de esperanza, basta de falsas ilusiones. Nada cambiará, salvo pequeñas cosas. Seguiremos siendo un fracaso de nación otros 200 años, o quizá más. Y saber eso, aunque suene raro, es el mejor remedio que existe.
   —Y si no va a hablar mal de Colombia, ¿a qué volvió?
   —He venido a despedirme. Voy a echar el cierre definitivo a este blog.
   —¿Por fin entró en razón?
   —Tal como lo oye: este es el final del viaje.
   —¿O sea que después de 6 años va a dejar en paz a los dos o tres lectores que aún le quedan?
   —Digamos que ya he agotado la ruta. Además, Pedri me espera en casa.
   —Pues haberse ido así, sin más. ¿Para qué tanta parafernalia?
   —El que no se despide es como si nunca se hubiese ido. En mis paseos diarios por los jardines de Thien Mu, en medio de árboles centenarios y exuberantes bonsáis, pensé muchas veces en irme y no decir ni una palabra; dejarlo todo a la deriva y listo, ya, se acabó. Pero no, no podía. Mis lectores, incluidos los compatriotas rabiosos y enfurecidos por lo que aquí se escribe de Colombia, merecían un adiós, un último texto que cerrara el ciclo. Fueron 210 post (más 1 autocensurado) y cerca de 20.100 vistas que no merecían el silencio como despedida. Faltaba un punto final.
   —Y si ya no va a engañar a lectores incautos, ¿a qué se va a dedicar?
   —A seguir andando... Todo final es un comienzo, ¿no?
   —¿Va a seguir escribiendo?
   —Sí, pero no en las redes. Este postureo me aburre mucho.
   —¿Y qué va a hacer con los post?
   —Dejar que vaguen libremente en internet. Al fin y al cabo, siempre fueron botellas en el mar.
   —Y a Colombia, ¿va a volver?
   —Claro, de vez en cuando. Aunque me pese, allá están mis raíces.
   —¿O sea que ya no va a renunciar a la nacionalidad?
   —No sé. Si el día en que deba jurarle fidelidad a Felipe VI me levanto con el pie equivocado, a lo mejor entrego el pasaporte y me quedo sólo con el español. Quién sabe.
   —Pues si la decisión de cerrar el blog no tiene reversa, debería despedirse por lo alto.
   —Me basta con dar las gracias a los lectores.
   —Eso ya lo ha hecho varias veces. Yo me refiero a otra cosa.
   —¿A qué cosa?
   —Por ejemplo, despedirse con una frase contundente, sonora, rabiosa...
   —No le entiendo...
   —Sí, una frase que cierre el ciclo, que deje claro quién fue usted como bloguero. ¡Una frase que sus lectores no olviden por los siglos de los siglos!
   —Puede ser. Me gusta la idea.
   —¡... una frase muy suya, una frase que deje claro de quién carajos era este blog...!
   —Una frase que lo resuma todo...
   —Exacto, pero recuerde que será su última frase. ¡No puede ser cualquiera!
   —No, no, claro que no.
   —¡... una frase directa al corazón!
   —Sí, eso es... Creo que la tengo.
   —¿Ah, sí? ¿La tiene?
   —Sí, la tengo, creo que la tengo. Agárrase de donde pueda, que a lo mejor no aguanta el golpe.
   —Hágale pues, suéltela.
   —¿Ya está listo?
   —Sí, hágale.
   —¿Está seguro? Mire que luego no respondo...
   —Hágale, hágale, que yo aguanto.
   —Bueno, pues ahí va: «¡¡¡Viva Colombia, hijueputa!!!»


(*) Fotograma de la película 'El viento' (Eduardo Mignogna, 2005 - Argentina)

2 comentarios:

Nostalgia dijo...


Leeré tu historia,la de las mentiras verdaderas.
La Nostalgia no será nunca más la Nostalgia.
Lo efímero se guarda en un pedazo del corazón y en una bolsa de mi abrigo negro.
Un buen y bonito camino, Cristancho.
Siempre.

Jorge dijo...

Buena suerte Daniel.