14 de febrero de 2014

Felices de la vida



—Voy a llamar a la gente de los Guinness Records: si las cuentas no me fallan, lleva usted casi 10 posts sin hablar mal de Colombia. ¡Toda una proeza!
   —Eso es porque, desde hace un par de semanas, me siento «feliz».
   —¿Feliz? ¿Y por qué lo dice con ese tonito?
   —Porque no es una felicidad cualquiera. Según la encuesta anual de la firma Gallup, en el 2013 Colombia ha vuelto a encabezar el ranking de los países más felices del mundo.
   —Ja, ja. ¿Me está tomando el pelo?
   —Nada de eso. El 84% de mis compatriotas aseguran ser plenamente «felices» en Colombia. Y mejor aún: un 58% considera que el país es «el mejor vividero del mundo».
   —Eso no puede ser. Parece un mal chiste.
   —Este no es un blog de chistes.
   —¿Y no importó que, según el índice Gini, Colombia ocupa actualmente el tercer puesto en la lista de los países con mayor desigualdad económica, sólo superado por Haití y Angola?
   —Al parecer, no.
   —¿O que, desde hace un par de años, la ONU ha advertido de que Colombia es el país con mayor número de desplazados internos, con cerca de 5.5 millones?
   —Tampoco.
   —¿O que sus niveles de impunidad rozan el 95%? ¿O que seis de sus principales capitales figuran entre las ciudades más violentas del planeta? ¿O que, tras la publicación del más reciente informe Pisa, en términos de educación ocupa el puesto 62 entre 65 países? ¿O que su sistema de salud está al borde del colapso? ¿O que sus niveles de corrupción...?
   —Nuestra «felicidad» no entiende de esas cosas.
   —Yo tampoco entiendo nada. ¿Será acaso una voluntad inquebrantable por ver el lado positivo de las cosas? ¿O el buen ánimo? ¿O eso de que somos un pueblo «echao pa' lante»?
   —En parte, sí... Pero, antes que nada, esa felicidad es sinónimo de una sola cosa: patrioterismo.
   —¿Patrioterismo?
   —Sí, sí, patrioterismo. Así como suena. A ver, repítalo despacito: PA-TRIO-TE-RIS-MO. O dicho sin pelos en la lengua: provincianismo, cabezonería, estrechez de entendederas, necedad, falta de juicio, comodidad, ramplonería, vulgaridad, poca autocrítica, evasión, chabacanería... Y a eso súmele rumba, fútbol, aguardiente, narcotelenovelas, reinas de belleza y la imagen Divino Niño. A todas estas cosas me refiero cuando le hablo de «patrioterismo».
   —Ahora entiendo su «felicidad».
   —Gracias. No sabe lo «feliz» que me hace saberlo.

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