28 de septiembre de 2015

Acuerdo



—Ya sabemos lo que piensa Daniel Cristancho sobre el Proceso de Paz con las FARC. Ahora sería bueno que usted, siempre tan rabioso, nos revelara su postura.
   —Le agradezco que no me compare con ese sujeto.
   —Está bien, pero no se vaya por las ramas. Los lectores quieren saber qué piensa.
   —Mi postura quedó clara en agosto del año pasado.



   —No es lo mismo. A esa altura, el debate era si se le daba continuidad a Santos o si, en cambio, el país volvía a quedar en manos de El Furibundo. Las cosas han cambiado.
   —Tiene razón. Pero mi postura no ha variado.
   —¿Sigue apoyando el Proceso?
   —Sigo creyendo que el diálogo es la mejor solución al conflico armado. Una sociedad tiene que estar muy mal de la cabeza para seguir insistiendo en la guerra. En Colombia todavía hay unos cuantos obtusos que piensan así. Es como si les hiciera falta la sangre, como si el colombiano no fuese colombiano sin la confrontación armada. En esto coincido con el colega Ricardo Silva Romero: «Esa violencia —atávica, mecánica, injustificable e inútil—ha sido nuestro gran fracaso (...) A ver qué tantos estamos de acuerdo con lo obvio».
   —¿Y qué le parece este último acuerdo?
   —Necesario.
   —Algunos han puesto el grito en el cielo porque dicen que es insuficiente.
   —Claro que es insuficiente, claro que no es lo que todos quisiéramos después de casi seis largas décadas de conflicto. Pero recuerde que se trata de una negociación, no de una rendición. Es el coste de la paz. En todo caso, lo firmado por Santos y Timochenko no es cualquier cosa. Aunque El Furibundo siga empeñado en decir lo contrario, este acuerdo no elude la justicia; la garantiza. Y, además, cumple con los estándares internacionales en la materia.
   —Nos queda clara su postura. Después de todo, usted no es tan apátrida como aparenta.
   —Colombia me echó, pero yo todavía la quiero.
   —Eso sí, para ser partidario del Proceso, echo en falta cierto entusiasmo en sus palabras.
   —¿Entusiasmo? ¿Qué celebramos?
   —No sé, es como si hubiera un tonito escéptico en lo que dice.
   —No es escepticismo. Es realismo.
   —¿A qué se refiere? ¿Cree que en marzo no se firmará la paz?
   —En marzo se firmará el fin del conflicto armado con la guerrilla de las FARC. La paz es otra cosa. Y no creo que, tal como pregonan algunos entusiastas, el acuerdo final vaya a ser la solución a todos nuestros males. El conflicto armado es sólo uno de los tantos síntomas de esta enfermedad llamada Colombia. Si lo eliminamos, la enfermedad remitirá. Pero eso no quiere decir que desaparezca. El país seguirá en estado crítico, como ha permanecido desde 1819. Nosotros somos la enfermedad, somos el virus galopante que nos aqueja. Y esa enfermedad, por optimista que uno sea, no se cura de la noche a la mañana.

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