29 de diciembre de 2015

Cazar un mamut



—Las vueltas que da la vida, ¿no? Ahora resulta que, sorpresivamente, es usted el que me visita.
   —Vengo todos los años. Este mismo día desde hace cinco años.
   —No lo recuerdo. Como supondrá, ando muy ocupada. No me alcanza la vida para nada.
   —¿Al menos se acordará de la última vez que hablamos?



   —Ese día fui yo quien lo visitó a usted.
   —Se me apareció sin esperarla. ¡Casi me mata del susto!
   —Y esta vez, ¿qué lo trae por acá?
   —Vine a dejar estas flores en aquella tumba. Son margaritas moradas. ¿Le gustan?
   —No están mal. ¿Hizo alguna promesa?
   —No creo en el Viejo Barbudo. Para mí, lo importante es el misterio.
   —¿Entonces? No me diga que vino a matar el tiempo...
   —Digamos que he venido a hablar con alguien que conocí. Le gustaban mucho las margaritas moradas. Aunque, si le digo la verdad, supongo que también trato de hacer el duelo por los muertos que no he podido despedir. Es lo que tiene el exilio: la muerte de los que están lejos de ti nunca es una experiencia; es una idea, algo vago, una mosca zumbando en el cuarto.
   —¿Cuántos vivos se le han muerto?
   —Unos cuantos. Usted debería saberlo mejor que yo.
   —Le repito: tengo mucho trabajo. No me da la vida para llevar listas ni archivos.
   —Es difícil enterrar un muerto a la distancia. Uno tiene la impresión de que nunca se va.
   —Los muertos no se van del todo.
   —¿Adónde van?
   —Los muertos, como decía John Berger, rodean a los vivos. Y entre los unos y los otros existe un intercambio permanente, aunque poco claro. Créame, sé de lo que hablo.
   —Eso es cierto. A veces los veo en sueños.
   —Pero dígame una cosa, ¿de verdad sólo ha venido a dejar estas flores?
   —Bueno, no del todo. Venir hasta aquí, cada año, es una forma de marcar el paso del tiempo. Como cuando los antiguos cumplían cierta edad y salían a cazar un mamut por primera vez. O cuando se daban ánimos en la antesala de una batalla. Algo así: un antes y un después, una línea que se dibuja justo donde estás pisando. Tus zapatos son la frontera. Este silencio me hace bien, me alimenta. Y verla a usted, aunque le parezca raro, también me reconforta. Cuando hago el camino de vuelta, me siento mucho más liviano.
   —¿Y para dónde va ahora?
   —¡A celebrar la vida! Hoy me tocó a mí; mañana le tocará a otro y pasado a otro. Este negocio funciona así: celebramos el presente, que es efímero, y lo demás ya vendrá. Eso forma parte del misterio. Allá afuera, en la ciudad, hay un mamut que me está esperando.


(*) Escena de la película 'Biutiful' (2010), dirigida por Alejandro González Iñárritu.

No hay comentarios: