13 de junio de 2016

Volver (o la nostalgia de los aguacates)



—¿A usted quién lo entiende, compadre? ¿No dizque había jurado no volver nunca a Colombia?
   —Extrañaba los aguacates. Los que traen a España no saben igual.
   —¿Y no le negaron la entrada?



   —No, qué va. Después de lo mal que he hablado del país en estos ocho años, pensé incluso que me iban a llevar preso a La Modelo. Pero no me dijeron ni «mu». Pasé tranquilito el control fronterizo. Eso sí, los malacarosos de Migración Colombia me sacaron el pasaporte del forro a las malas y me lo devolvieron arrugado. Yo creo que los entrenan para eso. ¡Sinvergüenzas!
   —Tranquilo, compadre. Lo importante es que llegó sano y salvo.
   —Sí, además prefiero a estos maleducados que a los delincuentes del antiguo DAS.
   —¿Y cómo encontró la tierrita, compadre?
   —Pues como le dijo Tancredi a su tío Fabrizio, en El Gatopardo: «Todo ha cambiado para que todo siga igual». Lastimosamente, Colombia no deja de ser Colombia.
   —¿Y es que esperaba llegar a Suecia, o qué?
   —Esperaba que algo hubiese cambiado.
   —No exagere, compadre. Desde que usted se largó echando pestes del país, muchas cosas han cambiado por acá: el presidente rabioso que teníamos entonces intentó reelegirse por segunda vez y la Corte le puso su tatequieto; el nuevo gobierno se sentó a negociar con las FARC; se aprobó el matrimonio entre parejas del mismo sexo; un inquisidor del siglo XIII se nos montó a la Procuraduría; se nos murió el maestro Carlos Gaviria, que Dios lo tenga en su gloria; se organizó un mundial sub-20 de fútbol; ganamos el Miss Universo; y hasta Santafe volvió a ser campeón y luego ganó la Sudamericana. ¿Le parece poquito?
   —No, claro que no. Colombia avanza, a pesar de sí misma y de los colombianos.
   —¿Y entonces?
   —Pues que en el fondo, bien mirado, nada ha cambiado. Todo está tan patasarriba, todo sigue tan desmadrado que los cambios apenas se notan. Pasará mucho tiempo para que eso ocurra, a lo mejor otros 200 años. El país avanza lento, como un río fangoso.
   —Los ríos se están secando, compadre. El Sambingo, en el sur del Cauca, se secó el año pasado.
   —Ya no podremos bañarnos ni una ni dos veces, como Heráclito.
   —Pero no nos pongamos tan serios, compadre. Mejor le pregunto por su familia...
   —Todos bien, gracias. Distintos, pero iguales.
   —¿Enterró a sus muertos?
   —Fue lo primero que hice. Necesitaba comprobar que ya no están para saber que ya no están. A partir de ahora, vivirán en mí de otra manera.
   —¿Y no se le apareció ningún fantasma?
   —Uf, sí, varios... Al igual que a la Raimunda de Almodóvar, se me aparecían hasta debajo de la cama. Eso es lo que pasa cuando uno está tanto tiempo fuera de casa.
   —¿Y qué hizo? ¿Salió corriendo?
   —Todo lo contrario: me senté a hablar con ellos un buen rato. Es la mejor manera de hacerles frente. Uno se da cuenta de que no son tan grandes ni tan peligrosos. Eran sólo eso: fantasmas. Aunque siguen estando a mi lado, ya no hacen el ruido de antes.
   —¿Y los aguacates?
   —¡Ah, todos los días me embutía uno o dos! Pensé que me iba a poner verde de tanto comer.
   —O sea, compadre, que por fin hizo las paces con la tierrita...
   —Digamos que fueron días felices.
   —¿Entonces no va a volver a hablar mal de Colombia?
   —Bueno, no me pida tanto... Si eso llegara a pasar, este blog tendría que cerrar para siempre. Hablar mal de Colombia es mi razón de ser, mi esencia, el alimento diario de estos textos.
Aunque ahora que he vuelto a Madrid ya no soy el mismo, tampoco puedo decir que haya cambiado. O mejor dicho, como decía el mismo Tancredi: todo cambia para que todo siga igual.

(*) Fotograma de la película «Volver» (Pedro Almodóvar, 2006)

1 comentario:

Ana Marcela Montanaro dijo...


¡Maravilloso!

Los aguacates de este lado del planeta nunca serán iguales a los de aquellas tierras.
Volver siempre es parte de la nostalgia.