—Nada de eso: ni hoy es domingo ni vengo a celebrar un año más de la Revolución.
—¿Ah, no? ¿Va a seguir haciéndole propaganda al enemigo?
—No vine a hablar de política. Vine a hablar de la última novela de Wendy Guerra.
—¿Wendy Guerra? ¿Quién es esa, chico?
—Es lógico que no le suene. Pese a ser traducida a quince idiomas y haber ganado importantes premios en Europa, sus libros no se han publicado en Cuba. Allá nadie sabe quién es.
—¡Eso pasa con los pseudointelectuales que viven en Miami!
—No, ella vive en La Habana.
—¡Entonces es que está conspirando contra la Revolución! ¡Debe ser un elemento peligroso!
—Tampoco. Sus libros no hablan de política; hablan de la cotidianidad en la isla.
—¿Y de qué trata el librito? ¿Tiene músculo revolucionario o no?
—Es la historia de Cleo, una poeta y escritora cubana que, pese a no tener una postura política en el sentido estricto del término, debe enfrentarse a una doble animadversión: por un lado la de la dictadura, que le pone la etiqueta de «disidente» y hace todo lo posible por controlarla y
mantenerla vigilada; y por otro lado la de los cubanos del exilio, sean de Miami o de México D.F. o de cualquier otra parte del mundo, para quienes sólo es una agente encubierta del gobierno que busca información sobre la resistencia. Mientras intenta sortear tanto lo uno como lo otro, conoce a un afamado actor de Hollywood, Gerónimo Martines, que le ayuda a reconstruir un episodio de su pasado familiar y le dará las claves de su verdadero origen.
—Esos que dicen no tomar partido son los más peligrosos. Suelen ser enemigos encubiertos.
—Le repito: a ella no le interesa la política. Le interesa la cotidianidad.
—¿Y su «cotidianidad» habla bien o mal de la Revolución?
—La cotidianidad es la cotidianidad. Los relatos de Cleo (y de paso los de Wendy) retratan la dificultad que implica vivir en Cuba, los obstáculos diarios para obtener lo indispensable, la complejidad del ser cubano para una generación que reclama a gritos un cambio, aire fresco...
—¡Pues eso se llama conspirar, chico!
—Por ejemplo, describe con una mirada incisiva y singular los efectos de la colectivización, esa idea utópica del comunismo castrista de que todos debemos ser uno solo. Y lo ilustra con una cosa tan sencilla como la moda: «Es políticamente correcto ser humilde. Se desaconseja llevar algo caro, bien diseñado, estrafalario, fuera de lo común, distanciado de lo masivo, que recuerde que existe otro modo de ir por la vida. Se desaconseja ser único». O también los sofisticados métodos de censura, que ella padece en primera persona, y ese sentimiento de permanente desconfianza que se ha enquistado en la esencia del cubano: «El verdadero micrófono, tras años de hablar bajo y de renunciar a decir lo que piensas, el verdadero artefacto ya vive dentro de ti».
—¡Coño! ¡Y todavía pregunta por qué nadie la conoce en Cuba!
—Además, seguramente es la primera novela cubana que aborda los cambios que desde hace año y medio se están produciendo en la isla, incluida la visita del presidente Barack Obama, que aparece retratada en el libro. «A pesar del delicioso júbilo en la calle, todo sigue exactamente igual. Los cambios se sucederán lentamente, lo sé, pero tendrán que pasar décadas para que esta realidad, la que he vivido sin perderme un solo capítulo, cambie de color».
—No me interesa, chico. Yo sólo leo autores con verdadero compromiso revolucionario.
—Es una de las voces contemporáneas más importantes de la literatura cubana.
—No sé cómo sigue viviendo en La Habana. ¡Debería irse a Miami a escribir sus panfletos!
—«Sin Cuba no existo», dice ella.
—Eso tuvo que haberlo pensado antes de pasarse al enemigo. O estás aquí o estás allá.
—Lo normal es que uno pueda estar en ambos lados.
—¡La Revolución no admite medias tintas!
—Y que uno pueda disentir sin que le llamen «disidente» o le llenen la casa de micrófonos.
—¿Algo más que decir sobre el best-seller de la temporada?
—Sí: que Domingo de Revolución es una novela a la que vale la pena echarle un vistazo para comprender lo que pasa ahora mismo en Cuba, la complejidad de lo cotidiano, y la necesaria exigencia de un cambio político. Es el testimonio de alguien que reclama lo esencial, lo básico, y que sueña con que algún día sus libros, que ya han merecido premios y reseñas en más de medio mundo, tengan un espacio en la Feria del Libro de La Habana.
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