20 de julio de 2016

Bandera blanca



—¡Lo veo y no lo creo, compadre! ¿Al fin se cansó de poner la bandera de Colombia al revés cada 20 de julio? ¿Tanto le pesaba la conciencia, o qué?
   —¡Qué va! Es la misma: lo que pasa es que se le borraron los colores.
   —¿El amarillo, el azul y el rojo?
   —No: el rojo, el azul y el amarillo. Como la de Armenia. Acuérdese que estaba al revés.



   —¿Y por qué se le borraron los colores?
   —Llevaba mucho tiempo expuesta al aire y al sol. Imagínese, desde que abrí este blog...
   —Yo de verdad creí, compadre, que era porque usted había cambiado. Incluso, estaba a punto de llamar al Consulado en Madrid para que lo sacaran de la lista negra.
   —Además, la bandera al revés ya no es necesaria.
   —¿Ah, no? ¿Y eso por qué?
   —Por si ya no se acuerda, en lenguaje marítimo una bandera al revés es un llamado de auxilio al que recurren algunas embarcaciones que no pueden valerse por sí mismas en altamar. Y Colombia, este barco roto y desorientado en el que vamos a bordo 48 millones de colombianos, ha corregido medianamente su rumbo en el último tiempo. La bandera al revés sirvió para llamar la atención de naves amigas como Cuba, Noruega, Chile, Venezuela, Estados Unidos, la UE y hasta el mismísimo Ban ki-Moon, el hombrecito de la ONU. Gracias a su ayuda, nuestra tripulación por fin se ha puesto de acuerdo para dejar de abrirle agujeros al barco.
   —Ah, claro, usted habla de lo que sale en las noticias. Lo del Proceso de Paz, ¿no?
   —Exactamente. ¡La bandera al revés cumplió con su objetivo!
   —Y si se le borraron los colores, ¿por qué no puso otra?
   —Porque así, blanquita e inmaculada, es perfecta para este 20 de julio.
   —No entiendo, compadre.
   —Claro, es la bandera de la paz. Se usa desde los tiempos de un tal Cornelio Tácito, en la Roma del año 109 a.C. Es un símbolo de tregua, de alto el fuego, de no agresión.
   —¿Y qué tan cierto es eso de la paz? ¿No será puro cuento?
   —No es ningún cuento. Es casi un hecho.
   —Pues por ahí andan diciendo, compadre, que escasamente se firmará un papel y que la gente de las FARC llegará al Congreso como Pedro por su casa.
   —Mentira: pagarán hasta 20 años de cárcel. Habrá un Tribunal de Justicia Internacional.
   —Y que luego van a implantar una república castro-chavista como en Venezuela.
   —Mentira: serán un partido político más, como pasó con el M-19.
   —Y que lo de La Habana es un «circo».
   —«Circo» es lo que ha montado El Furibundo y todos su fieles, que han llegado a denominarse dizque «perseguidos políticos» cuando, en realidad, han hecho hasta lo imposible por sabotear las conversaciones: desde interceptar los correos electrónicos y las llamadas de los equipos negociadores hasta salir al extranjero a decir mentiras. Mentiras que, por otra parte, repite la gente que vive cómodamente en la ciudad y sólo ha visto el conflicto por la pantalla de RCN. Tengo un colega que el otro día, en un tono ponzoñoso, me recriminó por Facebook mi entusiasmo ante el alto el fuego acordado hace un mes. Según él, no significa gran cosa. Yo creo, en cambio, que es un gran paso para desmantelar tanto la guerra externa, la de las balas y los muertos, como la guerra interna que llevamos enquistada en el alma.
   —Y si se firma la paz, ¿qué va a pasar?
   —Una vez se firme el acuerdo, el gran reto será desarmarnos a nosotros mismos, poner fin a la guerra que cada colombiano lleva dentro. ¡Acabar con 48 millones de guerras!
   —¡Dios lo oiga, compadre!
   —Sin guerra, el contorno de las cosas se nos revelará tal cual y podremos ver la verdadera cara del país, con todos sus problemas pero también con sus muchas oportunidades. Será como disipar la niebla que tenemos delante, como ver los colores del paisaje en su máxima expresión.
   —¿Y los colores de la bandera también?
   —También, claro.
   —¿Y podremos volver a pintarla sobre esta bandera de fondo blanco?
   —De eso se trata.
   —¿Y usted la pondrá al derecho cada 20 de julio?
   —Ah, no. Yo no creo en esas cosas. Eso se lo dejo a usted y a todos mis queridos compatriotas a los que se les hincha el pecho de orgullo por un pedazo de tela. No, no cuente conmigo. A mí me basta con vivir en un país mejor. Me basta con vivir en un país sin guerra.

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