1 de octubre de 2016

2 de octubre de 2026



—Ay, compadre, cómo pasa el tiempo, ¿no? Fíjese, mañana dizque ya se cumplen 10 años desde que fuimos a votar el plebiscito por la paz con las FARC. ¿Se acuerda?
   —¡Claro que me acuerdo! ¡Fue un día histórico!
   —¿Y usted al fin pudo votar?



   —Sí, me tocó postularme voluntariamente como jurado de mesa y hacer de tripas corazón para volver a entrar al Consulado de Madrid, adonde había prometido no volver a poner un pie... Pero bueno, fue por una buena causa. Votar «sí» era un deber moral en ese momento.
   —Yo también voté por el «sí». Menos mal ganamos.
   —Colombia fue la que ganó.
   —Aunque, aquí entre nosotros, le confieso que me dio muchísima lástima el doctor Uribe, pues de ahí en adelante no pudo levantar cabeza.
   —Estaba más claro que el agua: con la guerrilla desarmada, su discurso quedó fuera de escena.
   —Pobre, en el fondo era un buen político.
   —En el último tiempo se convirtió en un gran obstáculo para la reconciliación.
   —¿Qué se ha sabido de él, compadre?
   —Dicen que anda en su finca de El Ubérrimo, por allá en Córdoba, dando de comer a sus vacas y criando caballos purasangre. Como siempre se las ingenió para eludir la justicia, nunca se le pudo comprobar nada. Todos los suyos cayeron, pero él se salvó. Ahora está viejo, acabado y con el odio enquistado en el alma como hace diez años. Cuentan que le queda poco.
   —¿Y el doctor Santos? ¿En qué parte del mundo anda ahora?
   —Quién sabe. Desde que se ganó el Nobel de la Paz, el pobre se la pasa de avión en avión.
   —¿Dónde fue que estuvo hace poco?
   —En España, en el País Vasco, asesorando el proceso de desarme de ETA.
   —¿Y hace como cuatro años?
   —En Siria. Fue uno de los acompañantes en la firma de la paz.
   —Qué raro, ¿no? Nadie daba un peso por él, pero al final resultó mejor que el doctor Uribe.
   —No exagere. En el fondo no eran tan distintos.
   —¿Usted cree?
   —Sí, lo que pasa es que el Nobel le cambió la vida. Ahora es casi tan famoso como Gabo.
   —Por cierto, compadre, hablando del doctor Santos, ¿qué pasó con lo que nos prometió cuando firmó la paz con las FARC? ¿Sí se cumplió el acuerdo?
   —Algunas cosas.
   —¿Y eso por qué, compadre?
   —Era un acuerdo muy ambicioso. Quienes votamos por el «sí» sabíamos que implementar los seis puntos nos iba a costar muchos años, quizá décadas... La elección de Sergio Fajardo en 2018 fue muy acertada para garantizar que gran parte de lo pactado se cumpliera. Sin embargo, el país luego metió la pata al votar por Vargas Lleras, a quien el acuerdo le importaba un rábano y sólo lo movían los intereses de su familia y la vanidad de quedar en la historia.
   —O sea, que no sirvió de mucho...
   —Claro que sí: logramos salvar cientos de vidas, muchas víctimas han conocido la verdad de lo que ocurrió y ahora el campo tiene otra cara. Los que volvieron a la tierrita que les habían robado están tratando de salir adelante. Falta muchísimo, sin duda, pero la clave estará en seguir insistiendo. Y lo más importante es que el país ha avanzado. Nada de lo que gritaban los embusteros del desaparecido Centro Democrático era cierto: ni se le entregó el país a «la FAR» ni Timochenko se subió a la Presidencia ni el castrochavismo nos convirtió en otra Venezuela. Aparte, recuerde que esa negociación le abrió la puerta al proceso con la guerrilla del ELN, con la que se firmó la paz en enero de 2018.
   —Sí, me acuerdo... Ahora son un partido político, igual que las FARC.
   —Es un partido minoritario, pero está bien que siga ahí.
   —Las FARC también son minoritarios, ¿no?
   —También, sí. Ambos integran el sector más radical de la izquierda.
   —Qué raro fue verlos al principio en el Congreso, ¿cierto?
   —Yo prefiero eso. En medio de todo, es un gran alivio que desde entonces nuestros problemas sean otros: la fiscalidad, la corrupción, la burocracia, el modelo territorial, los TLC...
   —¿Usted ha votado alguna vez por las FARC o por el ELN?
   —No, ni pienso hacerlo. Es más, yo no voto desde el plebiscito de 2016.
   —¿En serio, compadre?
   —Fue mi primera y única vez.
   —¿Y qué le parece que ahora haya ganado el doctor Juan Manuel Galán?
   —Más de lo mismo. Yo habría votado por Sergio Jaramillo en la segunda vuelta. Sin embargo, no me animé. Aún sigo a la espera de que a la política colombiana accedan personas como el maestro Carlos Gaviria, Antanas Mockus o Claudia López. Cuando eso pase, volveré ilusionado a las urnas, como me ocurrió en el plebiscito de 2016.
   —¡Qué dicha que ganó la paz!
   —Sí. Y, sobre todo, qué bueno que a partir del lunes 3 de octubre de ese mismo año hayamos desterrado poco a poco la idea de que todo debemos resolverlo a punta de bala. Ese fue el gran aporte del acuerdo con las FARC: al acabar la guerra de los muertos y los desaparecidos y los secuestrados, a la vez hemos ido desarticulando la guerra interna que teníamos enquistada en el alma, y que a fin de cuentas era la causa principal de esta enfermedad llamada Colombia. Mire, basta con echar un vistazo alrededor para notar el cambio: aunque le falte mucho para ser igual que Suecia, el país de 2026 es mucho mejor que el país en el que se convocó el plebiscito. Y esa era, en últimas, la idea central del acuerdo. ¡Todos hemos ganado con la paz!

No hay comentarios: