16 de mayo de 2013
Metereología constitucional
Una mañana lluviosa, en el ocaso de su primer mandato al frente del país, el Presidente salió de su palacio, cruzó la plaza principal e irrumpió en el edificio del Alto Tribunal.
—¡Quiero otro mandato! —exclamó.
El magistrado jefe, que era amigo suyo, lo saludó con un apretón de manos.
—La Carta no lo permite —dijo—, pero podemos modificarla. Diremos que es por la lluvia.
Cinco años después, en el ocaso de su segundo mandato, el Presidente salió de su palacio, cruzó la plaza principal bajo un sol canicular e irrumpió en el Único Tribunal.
—¡Quiero otro mandato! —exclamó.
El abogado de oficio, que era amigo del amigo, lo saludó con una venia.
—La Carta no lo permite —dijo—, pero podemos modificarla. Diremos que es por el calor.
Cinco años después, en el ocaso de su tercer mandato, el Presidente salió de su palacio, cruzó la plaza principal bajo un clima primaveral e irrumpió en lo que quedaba del Tribunal.
—¡Quiero otro mandato! —exclamo.
El único funcionario, que era amigo del amigo del amigo, lo saludó besándole los pies.
—La Carta no lo permite —dijo—, pero podemos modificarla. Diremos que es por la primavera.
Pero esta vez el Presidente no pareció satisfecho.
—¿La primavera? ¿Acaso no se da cuenta de que hace un clima perfecto?
El ordenanza le besó ahora el dorso de la mano.
—No se preocupe —le dijo—. Diremos que sin usted el clima cambiará de un momento a otro. Que su presencia es indispensable para el equilibrio metereológico. Es más, repetiremos aquello de que no existe en el país otro gobernante capaz de contener los diluvios ni mitigar las sequías. Eso diremos. Y lo mejor: esta vez podrá quedarse hasta cuando usted quiera.
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