3 de junio de 2013

Memoria




«Después de confesarme que ha empezado a perder la memoria, al finalizar la consulta el señor O. me pregunta de dónde es mi apellido. Tras responderle, señala que tuvo un gran amigo con un apellido similar cuando trabajaba en el Fondo Nacional del Ahorro.
   —Era muy alto —dice—. Recuerdo que era abogado y que había nacido en Sucre.
   —Era mi papá —le digo—: Carlos Uribarren.
   —¡No puede ser! —exclama emocionado—. Sabía que no podía irme de aquí sin preguntarle. ¿Qué es de la vida de don Carlitos? Dígale que cuando podemos vernos.
   —Ya no podré preguntarle...
   Nos quedamos un momento en silencio. Sus ojos se llenan de lágrimas.
   —¿Hace cuánto? —dice tras la pausa—. Mi compañero de borracheras, de aventuras... No es posible que se haya ido. Es más, no puedo creer que haya conocido a la hija de Carlos Uribarren. ¡Quién lo creyera!
   Y luego, como si algo en su interior se iluminara, agrega:
   —¡Es increíble...! Doctora, le acabo de decir que olvido todo lo reciente. Ya no sé con certeza si esta mañana desayuné. No sé qué hice ayer, ni hace dos días, ni la semana pasada. Todo se me olvida... Pero fíjese, su papá sigue vivo en mi memoria, como el primer día. Todavía me acuerdo de su risa, de su porte, de la gestión que llevó a cabo durante años en el Fondo... ¿Por qué, doctora? ¿Por qué me ha venido todo esto de golpe? ¿Será que hay otra memoria, más honda y verdadera, en el corazón?».

(*) Texto de Marly Uribarren.

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