9 de junio de 2014

El mundo de afuera



—Hoy quiero contarle un cuento. Y dice así: «Érase una vez una bella princesa llamada Isolda...»
   —¡Ah, me encantan los cuentos de princesas! ¿Y dónde vivía?
   —En un inmenso castillo medieval, de cuatro torres enormes.
   —¿Y en qué reino de Europa estaba ese castillo?
   —En ninguno. La princesa Isolda vivía en Medellín, Colombia.
   —¿En Medellín? ¿Un castillo en Medellín?
   —Sí. Concretamente, en la zona que ahora se llama El Poblado. Y allí vivía con sus padres, don Diego Echeverría y doña Benedikta zur Nieden. Él era un importante empresario que había vivido en Bonn y ella una inmigrante alemana que había cambiado la Berlín de la posguerra por el verde de las montañas de Antioquia. Cuando volvieron de Europa, decididos a vivir juntos, don Diego se hizo construir un castillo parecido al de La Rochefoucauld. Y como eran los 70's y en la ciudad todavía no pasaba nada, aquello fue todo un acontecimiento.
   —O sea, que éste no es un cuento al estilo de los hermanos Grimm.
   —Bueno, más o menos.
   —No veo reyes, ni reinos, ni príncipes encantados o caballeros de armadura...
   —Pero sí una princesa, Isolda, a la que su padre mantenía aislada en el castillo por temor a que le pasara algo malo en el mundo de afuera.
   —¿Y por qué la tenía encerrada? ¿No dizque Medellín era tan tranquila?
   —Sí, lo era. Pero el señor don Diego no se fiaba. Y a Isolda no le quedaba más remedio que salir cada tarde a jugar al jardín, donde hablaba sola y oía voces.
   —Pobrecita. ¿Entonces se volvió loca?
   —Se sentía sola. Además, las voces eran reales. Se trataba de los vecinos de las fincas aledañas que todos los días la espiaban detrás de los arbustos, que la veían deslizarse por aquellos prados con la ligereza de un hada encantada. Su sola presencia los perturbaba y los fascinaba a la vez. Y uno de ellos, al que apodaban el Mono, un día no pudo más y decidió secuestrarla.
   —¡Virgen santa! ¿Y pudo hacerlo?
   —No, pero se llevó a don Diego. Y exigió un cuantioso rescate por su liberación.
   —¿Y lo liberaron? ¿Qué pasó después?
   —Que las cosas se torcieron. Y no le hablo sólo del secuestro. Le hablo de todo: de Isolda, de la señora Benedikta, del castillo, de la ciudad, de la sociedad entera... Fue un punto de giro, un detonante irreversible. Medellín no volvió a ser la misma. Y a partir de ahí empezó otra historia, nuestra historia reciente, una que se parece más a Tarantino que a los hermanos Grimm.

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