17 de octubre de 2014
Avenida de América, 31
—De Onetti se han escrito muchas cosas. Deme una buena razón para seguir leyendo este post.
—Lo que voy a mostrarle no lo ha visto casi nadie. Ni siquiera los más «onettianos».
—¿Un documento que prueba la existencia de Santa María?
—Santa María es tan real como cualquier ciudad. Basta con abrir un libro de Onetti para darse cuenta de eso. Ni siquiera él mismo, que le prendió fuego en «Dejemos hablar al viento» (1979), pudo desaparecerla. Ahí sigue: imperturbable, legendaria, decadentemente bella.
—¿Entonces de qué se trata?
—Del mobiliario de la casa de Onetti en Madrid.
—¿La casa de Avenida de América, 31?
—Sí. La misma casa en la que se instaló cuando, por allá en 1975, la dictadura militar le obligó a abandonar definitivamente el Uruguay. Y en la que, diecinueve años después, murió.
—¿Qué pasa con el mobiliario?
—Casa de América de Madrid lo expondrá hasta el próximo 15 de noviembre.
—¿Y de qué cosas estamos hablando?
—Han traído el comedor, las estanterías, las alfombras, los ceniceros, los cuadros, los relojes, las sillas, los vasos, las gafas, las fotografías... Incluso, situada casi en el centro de la sala de exposición, han puesto la habitación en la que Onetti pasaba horas enteras leyendo o escribiendo o, simplemente, tratando de descrifrar las manchas de humedad del techo. Está intacta, con los mismos libros y los objetos idénticamente dispuestos que el día de su muerte... ¡Han traído todo! Como dijo la propia Dolly, la mujer de Onetti: «¡Me han desmantelado la casa!».
—¡Qué maravilla! ¡Eso es como estar en Santa María!
—Y, junto a todo esto, también se exhiben documentos de especial relevancia, como el discurso que leyó el día en que le dieron el Premio Cervantes (1980). O sus publicaciones de prensa más recordadas. O sus pasaportes, sus carnés, su certificado de matrimonio con Dolly y hasta las mil y una notitas y los poemas y los comienzos de relatos que escribía de su puño y letra.
—Vamos, que uno sale de allí con ganas de leer a Onetti.
—Es la idea... Ah, pero eso sí: no le recomiendo que lo lea en el autobús ni en el metro ni en la sala de espera del dentista. Onetti, que era ocioso por naturaleza y pasó gran parte de su vida tumbado en la cama, no es un autor de prisas. Como ha dicho Antonio Muñoz Molina: «La mejor manera de leer a Onetti es acostado». O sea, como el propio Onetti.
(*) En recuerdo del 20 aniversario de la muerte de Juan Carlos Onetti (1909-1994).
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