25 de enero de 2015

La rubia y el ataúd


    


—Una de dos, compadre: o se me corrió la teja o este aguardiente me hace ver cosas raras...
   —El aguardiente está buenísimo. ¿Le sirvo otro?
   —Espere. Antes dígame qué hace tremenda rubia posando en pelota junto a un ataúd.
   —Es una de las chicas Lindner.



   —¿Chicas Lindner?
   —Lindner es la empresa número uno en fabricación de ataúdes en Polonia. Cada año lanzan al mercado un calendario como el que ahora está viendo. El de 2015 es la sexta versión.
   —¡Virgen santísima! ¡Pues yo me muero todas las veces que haga falta!
   —¡Yo también! ¡Y hasta resucito, como Lázaro!
   —Aunque, la verdad, dudo mucho que el muerto pueda descansar en paz.
   —Pero al menos se va contento para el otro barrio, ¿no?
   —Mire, compadre: qué maravilla de diseños, qué texturas, qué tonos tan sofisticados...
   —¡Y qué naturales! Es que Lindner es Lindner.
   —Lo que no acabo de entender es lo del calendario. ¿Para qué? ¿Para vender más ataúdes?
   —Probablemente. No me negará que es una idea estupenda...
   —¡Es una idea de otro mundo!
   —Incluso, si uno lo mira con más calma, se da cuenta de que detrás hay todo un mensaje.
   —¿Qué mensaje? ¿Que la rubia está de muerte lenta?
   —Un calendario es, en esencia, una manera de marcar el tiempo: días, semanas, meses... O sea, la vida misma, el trocito de eternidad que nos tocó en suerte. Y si a eso usted le agrega un ataúd y una rubia tremendísima, cada vez que se asome a las páginas del calendario será como asomarse a la verdad última: aquella que nos recuerda que la Vieja de la Guadaña, la mismísima Parca, la excelentísima señora Muerte vendrá por nosotros cualquier día, a cualquier hora...
   —Pues visto así, compadre, el calendario da un poco de susto, ¿no?
   —Al contrario: le quita hierro al asunto.
   —¿Saber que uno se puede morir cualquier día «le quita hierro» a la muerte?
   —Tal cual. Ya lo decía Martin Heiddeger: si la muerte es el final, si todos vamos a acabar en el mismo hoyo, en realidad no hay de qué preocuparse. Nada más grave podrá pasarnos. Ese final, sea cual sea, ya está escrito. El asunto es vivir a gusto mientras llega la hora.
   —No siga, compadre. Vea, se me pusieron los pelos de punta...
   —Pues sírvase otra copita, que este aguardiente es tan bueno que lo llaman «levantamuertos».

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