3 de septiembre de 2016

Perro alcalde



—Le presento a Duke, un Gran Pirineo de 9 años que acaba de ganar por tercera vez consecutiva las elecciones en Cormorant, Minnesota, en el norte de Estados Unidos.
   —Esto tiene que ser una broma, ¿verdad?
   —No, no lo es: el perrito ha demostrado un gran olfato político.
   —¿Por tercera vez consecutiva?

   —Lo eligieron por primera vez en 2014 y desde entonces se ha ganado la confianza de los 1.039 habitantes del pueblo. Es cierto que sólo recibió 12 votos, es decir, el 1.09%, pero al resto de personas no parece importarles mucho que Duke asuma las funciones de primera autoridad del municipio. Al contrario, dicen estar a gusto con él. Es el mejor amigo de todos.
   —¿Y es que no había otros candidatos?
   —Sí, también estaba el dueño de una tienda. Pero Duke confió en su gran experiencia al frente del ayuntamiento y ni se inmutó. Como dicen por ahí: «Perro viejo late echao».
   —Perdóneme, pero esto me parece un asunto gravísimo.
   —En Bogotá acaban de elegir a un chacal del sector privado. Yo habría preferido a Duke.
   —Le hablo en serio.
   —Yo también. ¿Tiene algo contra los perros?
   —No, nada. Pero una cosa como ésta, además de irresponsable, me da una idea de hasta dónde ha llegado la desafección política de nuestra época. ¡Qué horror!
   —¿Le parece?
   —Por supuesto. ¿A usted no?
   —No creo que sea el caso de Duke. La desafección política tiene que ver con otra cosa.
   —¿Ah, sí? ¿Con qué cosa?
   —Con la falta de credibilidad en las instituciones y los gobernantes. Por ejemplo, lo que ocurría en Italia en 2013 cuando eligieron al cómico Beppe Grillo. O lo que pasó en Colombia con el lustrabotas que llegó al Concejo de Bogotá sin tener ni idea de gestión pública. Son muestras contundentes del hartazgo de la ciudadanía hacia el sistema político. Eso sí que es desafección.
   —No veo la diferencia entre eso y elegir a un perro.
   —En Cormorant lo han hecho por otros motivos. No hay hartazgo ni desconfianza.
   —Pero es una forma de desentenderse de los asuntos públicos.
   —Es simbólico. Se lo toman con humor.
   —¡Son unos irresponsables!
   —Al contrario. Si se fija bien, es una muestra de madurez política.
   —¿Qué coño entiende usted por «madurez política»?
   —Como las cosas funcionan medianamente bien, los vecinos de Cormorant han llegado a una especie de pacto con respecto a los asuntos municipales. Es decir, si todo el mundo sabe cómo actuar y tiene claros los principios de convivencia, lo más normal es que el gobierno se reduzca a su mínima expresión, a lo estrictamente necesario. De hecho, han comprendido que lo más importante no es la persona que da la cara en actos oficiales y protocolarios, sino las decisiones que tomen entre todos los vecinos. Y por eso han elegido a un perro. Y quizá más adelante elijan a un gato o a un pez. Duke es la imagen que se proyecta al exterior, pero en la práctica son los vecinos los que ejecutan las obras. O sea, en Cormorant han entendido la esencia de la política: más que una cuestión de imagen, es algo práctico. ¿Entiende la diferencia?
   —Entiendo que esta gente debería estar en un manicomio.
   —Eso sí, hay algo en todo esto que no me gusta.
   —¿En serio? ¿Le queda algo de sensatez?
   —Duke ya va por su tercer mandato consecutivo y corre el riesgo de perpetuarse en el poder, lo cual nunca es bueno. Mire, por ejemplo, los casos de Nicaragua o Venezuela. Por eso es necesario buscar una alternativa para las elecciones del próximo año.
   —¡Claro, un alcalde como Dios manda!
   —No, no: otro perro que sea capaz de dar continuidad a sus políticas en Cormorant.

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