22 de agosto de 2012

La Presencia




La escena ocurre en una cena a la que asistimos ocho venezolanos, cuatro españoles, una serbia, un inglés y un colombiano. La Presencia nos ronda desde los primeros saludos. Ahí está, como no podía ser de otra manera. Todos la vemos, pero preferimos ignorarla. Y nos sigue rondando cuando nos sentamos a la mesa, cuando alabamos las bondades del salmorejo o cuando el vino, que llena nuestras copas una y otra vez, hace que la conversación fluya animadamente.
   De pronto, a la hora de los cubatas, sucede lo inevitable: los ocho venezolanos, atraídos por un extraño magnetismo, se reúnen en la cocina. Y La Presencia, hasta entonces difusa, cobra forma.
   —He dejado de ver noticias —dice una—. No sé qué está pasando allá. Tampoco pienso votar en octubre. Para qué, la verdad.
   (Silencio).
   —No hay garantías —dice otra—. Hay canales en los que la oposición ni siquiera se nombra. No existe. Es como si todos los medios fueran cajitas de resonancia oficial.
   (Silencio).
   —A una tía mía —dice otro— le redujeron parte de la jubilación por haber apoyado el referendo revocatorio de los primeros años. Hizo el reclamo, pero en la oficina le dijeron: 'Lo sentimos, pero usted está en contra de la Revolución'.
   (Silencio).
   —Ha convertido la enfermedad en un show —apunta otra—. Varios periodistas, respaldados por muy buenas fuentes, andan diciendo que era parte de la estrategia. Que, de hecho, puede llegar a ser una farsa. La lástima también suma votos.
   (Silencio).
   —Será igual que en las elecciones parlamentarias de 2010 —afirma otro—: votemos por quien votemos, él siempre ganará.
   (Silencio).
   —Hay un pueblo, cerca de Miami, donde ya somos mayoría —cuenta otra—. No es que seamos mayoría entre los inmigrantes. No, no: es que somos mayoría en el pueblo entero. En el último año han llegado muchísimos.
   El último silencio es más largo. Las copas se vacían, las miradas se pierden por un momento en una baldosa del suelo, en la ventana del fondo, en el hielo del vaso. Hasta que alguien, al cabo de un rato, decide cerrar la sesión.
   —Hablemos de la crisis española, de los cortes del Gobierno o de la prima de riesgo —propone—. En fin, de cosas más agradables.
   La Presencia se difumina. Recelosa, nos ronda por enésima vez y hace lo posible por llamar la atención. Pero, durante el resto de la noche, hacemos como que no la vemos.

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