28 de agosto de 2013

Taxi: primer ministro al volante



—Suponga lo siguiente: una mañana cualquiera, usted se sube a un taxi y descubre que el taxista es el mismísimo presidente de su gobierno.
   —¡No lo diga ni en broma! ¡Sería el colmo del colmo de la crisis!
   —No, no le hablo de una situación del todo «real». Le hablo de una puesta en escena.
   —¿Un presidente disfrazado de taxista?
   —Eso mismo.
   —Conozco el caso contrario: el de un antiguo taxista que hace un par de meses va disfrazado de presidente de Venezuela. Eso sí, el disfraz es lamentable.
   —Yo me refiería a Jens Stoltenberg.
   —No me suena. ¿Quién es?
   —El primer ministro noruego, que hace unas semanas decidió meterse en la piel de un taxista y recorrió durante algunas horas las calles de Oslo (ver vídeo).
   —¿Tan aburrido estaba?
   —Nada de eso. Era una iniciativa de márketing político de cara a las elecciones del próximo 9 de septiembre. El taxi de Stoltenberg tenía cámaras ocultas para grabar las conversaciones que se producían entre conductor y pasajeros, casi todas sobre temas políticos. Stoltenberg, que lleva en el cargo desde 2005, quería escuchar de primera mano las percepciones de los ciudadanos, y se puso manos a la obra. O mejor dicho, manos al volante.
   —¿Y le sirvió de algo?
   —Claro. Además de las curiosas reacciones de los pasajeros cuando descubrían la identidad del supuesto taxista, Stoltenberg se llevó a su despacho importantes reflexiones sobre la manera en que los noruegos perciben la política. Y ese gesto vale por sí solo. Más allá del disfraz y de las cámaras ocultas, lo importante es que se trataba de rescatar un principio de la gobernanza que parece haber sido borrado de los programas electorales de nuestros días: el de acercar el ejercicio de la política a los ciudadanos, y viceversa. En otras palabras, hacer que el ciudadano no olvide su rol político, y que el político no olvide su rol ciudadano. Ya quisiéramos muchos de nosotros que nuestro gobierno hiciera cosas parecidas.
   —Lo bueno es que si Stoltenberg pierde las elecciones, no se quedará en el paro. La compañía Oslo Taxi lo contratará de inmediato.
   —No. Al contrario que el taxista que gobierna en Venezuela, que presume de eficiencia a pesar de ver «pajaritos» por todas partes, Stoltenberg reconoció que no es muy bueno al volante y lanzó un último mensaje a los noruegos: «Creo que tanto al país como a los pasajeros, les serviría más que yo fuera primer ministro y no taxista».

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