Un anciano se desploma en medio de la acera. Tendido boca arriba, los ojos desorbitados y de un negro espeso, sin brillo, sufre bruscas sacudidas. Pero al poco, convertido ya en el centro de atención de la gente que pasa, deja de moverse. Una chica da un paso al frente, le toma la muñeca y confirma el diagnóstico al resto de transeúntes que miran la escena:
—No tiene pulso —dice nerviosa.
La primera unidad del Samur llega a los tres minutos. Dos médicos se abalanzan sobre el cuerpo e intentan reanimarlo. Otra unidad arriba al poco y se une a las labores de emergencia.
El anciano no responde.
Las ambulancias siguen llegando, una detrás de otra, las sirenas rugiendo y las luces inundando la calle. Entre los que atienden la emergencia, los que montan la carpa de aislamiento, los que acordonan la zona y los que tratan de tranquilizar a la familia del anciano, en total han arribado cinco ambulancias, dos coches de apoyo y tres patrullas de Policía.
La calle es un foco de curiosos. Los más regazados, atraídos por las luces y el ruido, preguntan la razón de todo aquello. Otros, sin más, sueltan lo único que llevan en la cabeza.
—No entiendo... —dice uno, bien vestido, cincuentón—. Tantas ambulancias para un hombre al que le ha dado un ataque. Esto es increíble. ¡Ni que se tratara de una guerra!
—Son de apoyo —dice un chaval que lo ha visto todo—. La gente ha llamado varias veces.
—Es igual —agrega el bienvestido—. Son demasiadas.
Uno de los médicos entra y sale varias veces de la carpa para hablar con la hija del anciano, que se mantiene atenta, gesto grave, ojos encharcados y pañuelo en mano.
Pasan cerca de 35 minutos. La gente espera.
¿Hay alguna proporción ahorro/emergencia? Y si es así, ¿quién la dicta? ¿Cuántas ambulancias, según la política de austeridad y déficit que acapara los telediarios y las páginas de los periódicos y cada rincón de la cotidianidad, son necesarias para salvar una vida?
Al rato, una camilla sale del interior de la carpa. La gente se mantiene atenta, busca una mejor ubicación para ver el desenlace de la escena: el anciano, torso desnudo y boca atravesada por un tubo larguísimo, es trasladado a la parte trasera de una ambulancia.
Respira. Ha sido reanimado.
Respira. Ha sido reanimado.
Pero el bienvestido ya no está. Se ha ido, con seguridad, a ver el telediario.
(*) La alcaldesa de Madrid, Ana Botella, durante un acto con varios integrantes del cuerpo de emergencias del SAMUR-Protección Civil.
(*) La alcaldesa de Madrid, Ana Botella, durante un acto con varios integrantes del cuerpo de emergencias del SAMUR-Protección Civil.
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